Foto: Facebook Javier Caba Ruiz
Entrevistas

Lili Vargas | La vida bohemia

Entrevista con la que probablemente sea la primera salteña que integró una banda de rock.

De unos años hasta acá se ha ido constituyendo un movimiento plural y heterogéneo de mujeres músicas en todo el país. Sin embargo, la presencia de mujeres en la música salteña es de larga data y son pocas las que han podido romper esa invisibilización. Liliana Vargas probablemente sea, con 56 años de edad y más de cuarenta de carrera, la primera mujer de la provincia en integrar una banda de rock.

Si bien la primera motivación fue conocer cómo era eso de ser mujer y hacer rock entre fines de los 70 y principios de los 80, conversar con ella nos permite recuperar una voz que nos echa luz sobre parte de la historia de la música popular de Salta.


– Lili, nuestra curiosidad original viene por el lado del rock, ¿cómo se da tu primer vínculo con el rock, desde que lugar se da, qué edad tenías?
– Mi primer vínculo fue desde el lugar de oyente; recuerdo que mi hermano Raúl (Vargas), creador y guitarrista del grupo Aspid, escuchaba el disco “Banda en fuga” (NdR: se refiere a Band on the run, de Wings). Yo tenía 10 años, y cuando el arma la banda, yo ya andaba tarareando.

¿Se respiraba música en tu familia?
– Mi papá nos enviaba al profesor de guitarra Gorosito, que estaba en la calle Talcahuano; entonces Raúl hacía primera guitarra, yo hacía base y mi papá tocaba el bombo, porque era como el sueño de mi viejo. Yo tenía 10 años, y ahí comenzó Raúl a incursionar en el rock. Yo iba a la escuela San Francisco, debo haber estado en 6º o 7º grado, y me gustaba el escenario. Ya salía bailando el Pericón, en la casa de mi abuela cantaba. Mis primas me vestían de odalisca, y yo decía que era “Españolina de Jujuy”, inventaba las letras (risas)… era el arlequín de la familia de Metán. Mi papá me pone a bailar danzas clásicas y españolas con Dinca Montiel, porque él era socio de la Española, y después ya entré al secundario y me gustaba cantar.

Foto: Facebook de Javier Caba Ruiz

¿Y cómo se da eso de tocar en Áspid?
– Raúl tenía su banda armada, y yo me quedé con lo poco que aprendí de Gorosito y sacaba de oído los temas de Ángela Carrasco. Iba y venía con mi guitarra en el Colegio Nacional, lo tenía de profesor al Cuchi Leguizamón. Ahí compartíamos con Juan Martín Leguizamón, Luisito (hijo menor del Cuchi), Sandra Saluzzi (hija del bandoneonista Dino). Se armó el coro con el profesor Jorge Martorell, que era profesor de la Escuela de Música y también del Colegio Nacional; y fuimos a un Encuentro Mundial de Coros en el Teatro Cervantes y en el Teatro Colón. Salta ganó y gracias a eso pude conocer esos dos grandes teatros.
Raúl, al escucharme, me pone como cantante de la banda, a escondidas de mi mamá. Yo, sin saber que significaba el rock pesado, el rock nacional… aunque a mi me encantaban Spinetta, David Lebón, Sandra Mihanovich y Celeste Carballo.

Cuando empezaste a relacionarte con la banda, ¿qué edad tenías ahí? ¿Cómo era la dinámica en la banda?
– Yo tenía 12 años, y Raúl debe haber tenido 18, al igual que el Loro Giménez que estaba en el bajo. En la banda iban y venían Chinato Torres y Jorge “El Chancho” Cuevas en la batería, y a mi me encantaba. Hacían temas de Spinetta, y Raúl venía componiendo en letra y música sus temas, que eran de protesta. Como que a mi mamá le resultaba agresivo que una niña como yo esté ahí reunida. Debo haber tenido 12, 13 años, y Aspid sale ganador en el festival de la canción de la ENET 2 con “La llave del Mandala” de Invisible y “Noche negra” de Deep Purple. El que cantaba ahí era el Loro Giménez, yo nunca fui la cantante principal de Aspid porque estaban Loro, Raúl y Cuevas. También porque yo estaba en Las voces del Antigal y en el coro de la Escuela de Música. A veces viajaba de un lado a otro y no podía cumplir con la banda.

Recién nombrabas a Las Voces del Antigal, ¿entonces, no sólo estabas con Áspid sino que también hacías otras cosas?
– No recuerdo muy bien los años, pero creo que mi primer escenario fue a los 12 con Áspid, en la ENET. Pero lo que mi hermano Raúl no me entendía, era que no me gustaba encasillarme en una sola cosa. El rock me encantaba, pero también me gustaba mucho Mercedes Sosa por su calidez, luego conozco a Goyeneche, que me flecha el alma. Yo quería seguir cantando y por eso me fui al coro de la Escuela de Música. Ahí me reencuentro con los hermanos Leguizamón, con Oscar “Aguja” Salinas. Yo iba y venía en la banda de mi hermano, como cantante. En la escuela conozco a dos compañeros que eran “pollos” de Lito Nieva y, a los 16, 17 años, con ellos armamos Las Voces del Antigal. Hacía vidas paralelas con el rock y el folclore carpero, más el canto lírico del coro.

Vidas paralelas, y aparentemente contradictorias, para la época…
– Quienes veían esa faceta eran Daniel Toro, Lito Nieva y Ariel Petrocelli, porque yo salía de cantar de la peña de Toro con la indumentaria de gaucho y me ponía el vaquero que mi vieja me había hecho de cuero negro, con las  muñequeras con tachas y me subía a un recital en el Cabildo, donde se apoyaba mucho al rock. Salía de la Peña y me subía a cantar con Áspid. Pobre mi hermano, no me entendía, yo no me quería encasillar en una sola cosa.

Cerrando esa mirada general sobre tu paso por Áspid, y ese mundo del rock, ¿cómo era el trato en los lugares donde tocaban? ¿Sentiste algún tipo de falta de respeto?
– En la época en que yo estaba en Áspid, éramos como decir “los terroristas”, y la sociedad salteña siempre fue machista. Hasta te puedo decir que hay mujeres a las que les molesta ver a otras mujeres en el escenario. Nunca sentí falta de respeto. Me decían «la Yoko Ono” porque tenía el pelo con un flequillo y usaba unos anteojos redondos.
Con los músicos, me llevaba de diez. El “Loro” Giménez me enseñaba a tocar el bajo. Yo cantaba en Áspid pero al cholerío de la Escuela de Música les gustaba Silvina Garré, y medio que me miraban de costado. Ya con Raúl “Rodilla” Farfán cantábamos en los actos del colegio y hacíamos una zamba para Martín Miguel de Güemes, por ahí metíamos un tema de Spinetta y hasta al Director le gustaba. Yo conversaba estas cosas y el nos dejaba hacer un poco de rock nacional, tranqui. Pero en la Escuela, se cantaba sólo lo de las “señoritas” del rock.
Yo era una persona muy solitaria porque mis amigas eran de la confitería, del boliche, de esa historia que es normal, que no juzgo ni critico. Y yo era de los recitales, de buscar y buscar información, era solitaria y me encerraba mucho. Incluso daban un programa de jazz y me preparaba con mi cassette TDK. Me sentí siempre un chango más en Áspid, siempre me sentí cómoda y no sentí presiones de ningún tipo.

Foto: Facebook de Javier Caba Ruiz

Luego de ese momento, de la Escuela de Música, Áspid, Coro, Voces del Antigal… todo ese momento de esfervecencia en tu juventud, ¿cómo seguís?
– Dentro de la Escuela de Música incluso se arma el grupo Faz, donde cantaba yo y otros cantantes que éramos del coro. Estaba “Tortuga” Moya en primera guitarra, Rubén Chammé en batería, Pablo Guerra en el bajo. Pasaron muchos cantantes y nos presentábamos en recitales de rock. Fue muy bonita mi adolescencia.
Con el paso del tiempo, yo salgo de Las Voces del Antigal y me voy al grupo Alborada, con David Pérez, hermano de Melania, donde hacíamos folclore latinoamericano de protesta. Ya lo conocía a David Pérez y me gustaba la temática. Paralelo a Alborada, Áspid me invitaba y yo iba, y eso duró mas o menos hasta que nació mi hijo (Onohién Montolfo, 1991).
Luego de eso entré al grupo Imán, donde éramos todas chicas bajo la dirección de Lito Nieva, hacíamos folclore carpero del bueno. Siempre lo que hice fue paralelo a Áspid, incluso cuando tocaba con Pablo Mangini, que ahí hicimos un folclore más emparentado a la protesta también. Después entré a meterme en el jazz, bolero y melódico con «Cuchara» Saluzzi y Héctor Peñalva. Finalmente, incursioné en los escenarios de la cumbia. Después me atreví y gané el Pre-Baradero Salta (2011) en tango femenino, y allá gano el tercer premio.

En toda esta carrera, toda esta trayectoria tan heterogénea, ¿cómo viste el lugar de las mujeres en la música? ¿Viste diferencias en los distintos palos musicales, diferencias con el paso del tiempo?
– He visto mucha competencia entre varones, y de esos varones para con las mujeres, tirando abajo el trabajo nuestro. Después me dio mucha bronca ver que hubo mujeres que usaron otras estrategias y no su don musical. Pasa que estamos en una sociedad bastante machista y dentro de la cumbia, por ejemplo, ya es muy desagradable el ambiente. Hace 12 años que vengo con “Tino” Martínez y su Banda Esmeralda, un saxofonista extraordinario. Yo he soportado cosas con mucha altura.
El año pasado había un movimiento donde las mujeres pedían que se les de más actuaciones pero desgraciadamente casi todo es por tener contacto, tener cuña, y no necesariamente porque te mereces estar en un Cosquín o en un Festival de Jazz. Hay cantautoras de trayectoria como Claudia Vilte que no tienen lugar en los festivales.
Tuve la suerte de trabajar con gente como “Cuchara” Saluzzi, de mucha humildad y que nunca me discriminó al momento de pagar, por ejemplo. Pero también viví que, cantando en una conocida peña del corredor Balcarce, al momento de pedir que me aumenten el cachet por la inflación, era toda una dificultad. Y tenes que terminar pidiendo que te hagan subir antes de que pase el último colectivo, porque es impensado volverte a casa en un remis.

Entre fines del año pasado y principios de este se aprobó la Ley de Cupo Femenino, ¿qué te parece? Digo, venis peleando en este ambiente hace más de 40 años…
– La verdad es que una Ley así hace falta. No debería, pero hace falta porque sino es muy difícil entrar, a no ser que seas hija de tal o cual varón famoso de la música. Por eso yo estoy en el grupo “Hacedores de Cultura”, donde no sólo trabajamos desde el canto sino junto a otras artes. Está Melania Perez, Cecilia Sutti, y queremos pelear para que cada artista tenga un espacio y pueda mostrar su arte. Este espacio lo motoriza Raquel Escudero, y el año pasado hicimos un festival hermoso de protesta.
En parte, al menos desde mi lado, esto se vincula a la labor que como música tuve en mi juventud, laburando en tiempos de don Roberto Romero que, más allá de lo que se diga, tuvo la visión de llevar a los artistas al interior, y nosotros pudimos vincularnos socialmente a esas iniciativas. En esa época hemos trabajado mucho, levantamos comedores, bibliotecas, complejos deportivos en los valles. Romero nos mandaba de vacaciones gratis a Antofagasta, yo conozco el mar gracias a esa labor. Saquemos la parte política, ¿cúantos artistas como Icho Vaca que han muerto en la pobreza? ¡Qué gobierno de mierda de no tener una atención! Romero nos mandaba a cantar gratis pero después nos ponía a cantar en en Festival de la Cocina Regional, con los artistas consagrados. Nos ponía un colectivo e ibamos a ayudar a levantar una escuela, un complejo.

Foto: Facebook de Javier Caba Ruiz

Tomando en cuenta esto que venimos charlando, ¿Por qué pensas que, salvo excepciones, los artistas no viven de su arte? ¿Cómo crees que se puede revertir?
– Primero considero que el artista nunca fue respetado como debiera serlo, es una cuestión cultural. Al no ser valorados, mucho menos le van a pagar. En otras provincias hay más leyes que protegen a los artistas. O está el caso de David Leiva, por ejemplo, que hizo carrera política de la mano de los artistas, pero después no hizo nada por ellos una vez que llegó al poder. También hay una cuestión de discriminación muy fuerte en el folclore, si no sos familiar de ciertos referentes, si tu repertorio no es nocherista o palavecinista o de lo que esté de moda, quedas afuera. Hay algo así como sólo viven del arte “los hijos del poder”.
El artista no es bien mirado, porque parece que el arte es ocio. Me tocó sentarme en mesas de gente de dinero, y oir las burlas, las risas, además de la mezquindad. Cuando estaba con David Perez, hermano de Melania, en el Dúo Alborada, íbamos a la casa de gente de dinero, y bajo el pretexto que eran amigos no se podía ni pasar la boina para comprar dos encordados de guitarra. Pero cuando David la pasó mal, no estuvieron ahí… contame si fue a verlo algún amigo de esos.

Lili Vargas con su hijo Onohien

Además de música, sos mamá, y tu hijo también es músico. No es de los hijos del poder, que recién señalabas. ¿Cómo es eso, ese vínculo, esa historia?
– Para mí es una sensación muy linda y amena, coincidimos en algunas líneas musicales. Muchas veces lo he hablado, sobre todo que no baje los brazos. Lo veo como mamá: gigante y bebé a la vez. El empezó a los 7 años, yo le enseñé las primeras notas en la guitarra. Ya cuando tenía 12 o 13 le decía que el ambiente es muy complicado, con cosas buenas y cosas malas, en el sentido de que tenía que prepararse si elegía la música, que es hermosa.

Y saliendo de tu hijo, pero pensando en las mujeres más jóvenes, ¿qué mensaje le darías?
– Que no desistan, que se perfeccionen, que estudien música, que no bajen los brazos por sobre todas las cosas. Crear: escribir, cantar y ser felices.

Si nacieras de nuevo, ¿elegís la música otra vez? ¿por qué?
– Intentaría con la música de nuevo, no bajaría los brazos. Porque dejé pasar muchos trenes de los que me bajé. Ahora me voy a dar el gusto de cantar, de estar rodeada con la gente que uno elige, ser feliz. Estudiar música, sobre todas las cosas, y sería bailarina también. Es hermoso plasmar el alma, y bailar es otra opción, acariciar el alma.