Libros

El día que Charly saltó, de Carlos Polimeni

El libro repasa encuentros del periodista con los referentes del rock argentino.

El día que Charly saltó (y otras crónicas salvajes de rock), de Carlos Polimeni, es un libro que repasa las dos caras de algunas de las entrevistas que el periodista mantuvo con los máximos referentes del rock argentino. La palabra oficial de un lado y el detalle que no registraba el grabador del otro. Momentos enfrentados pero también mezclados. Las obras y sus autores, no siempre al mismo nivel, cara a cara.

El libro fue publicado por Planeta en 2017. Es el último lanzamiento ligado al rock que Polimeni realizó hasta el momento. Sus primeros trabajos son de larga data. El periodista (que actualmente conduce un programa en AM 990) fue uno de los pioneros en publicar este tipo de material sobre la escena nacional. Su Luca, un ciego guiando a los ciegos, que apareció cuando los rastros del cantante de Sumo todavía podían encontrarse por las calles de Buenos Aires, ya forma parte de los clásicos del género. También ha publicado otros trabajos menos repasados, como Bailando sobre los escombros (2002), sobre el rock en Latinoamérica.

En El día que Charly saltó Polimeni presenta textos en primera persona donde se mueve con naturalidad por la intimidad de Charly García, Luis Alberto Spinetta, Fito Páez, Gustavo Cerati, León Gieco, Andrés Calamaro, Miguel Abuelo, Federico Moura y Richard Coleman. Hay un foco particular en la década del 80. No es casualidad: fueron los años en los que Polimeni trabajó en el diario Clarín, una ventana inmejorable para difundir el rock argentino.

Charly llamándolo urgente a un hotel mendocino unas horas antes de tirarse desde el noveno piso. Fito pidiéndole que le alcance sus únicos calzoncillos. Spinetta horrorizado por encontrarse con la barra de Rosario Central. León Gieco cantando a las 5 de la mañana después de una sobremesa extensa. Federico Moura hablándole desde el baño. Calamaro amenazando a su hija… En este libro, Polimeni muestra que cuando quiere, de alguna manera, es capaz de formar parte del rock argentino. De algo de eso hablamos en la siguiente entrevista.

– El libro cuenta entretelones de distintas notas y en ellas mostrás una cercanía con los músicos que me recordó un poco a lo que me dijo Gloria Guerrero el año pasado, en esta misma sección, cuando hablaba de su trabajo durante los 80: «Éramos no más un puñado de músicos y un puñadito de periodistas. Y todos medio compinches y cómplices». ¿Cómo recordás vos esa etapa?
– En los 80, y después hasta hoy, tuve la oportunidad de conocer y frecuentar a muchos músicos importantes, de todos los géneros, pero lo hice siempre con una combinación de criterio personal, trabajo profesional y empatía con sus sentimientos. Antes del impacto de la industria de la televisión sobre la música, todo era más artesanal, incluyendo las relaciones humanas. La verdad es que me siento privilegiado por haber accedido a muchas intimidades y situaciones muy privadas, por haber sido testigo de acontecimientos históricos y haber pasado días con figuras hoy innaccesibles, o desaparecidas, pero se que era en parte por los medios en que trabajaba. Con los que están vivos, tengo el honor y la fortuna de conservar el afecto y el reconocimiento. Y como tengo buena memoria e instintos periodísticos, a veces se más de algunos momentos que ellos mismos, que es un chiste que suele hacer Charly García.

– También en los 80 fuiste el encargado de cubrir para Clarín una de las etapas más ricas e interesantes de la escena local. ¿Qué recordás de tu trabajo en el diario? ¿Qué lugar ocupaban vos y el rock argentino en esa redacción?
Empecé a trabajar en el diario en 1984, cuando había una renovación importante en su redacción y me fui por propia voluntad en 1989. En parte, eso tenía que ver con la explosión de ventas y el estallido del pop, en el marco del optimismo alfonsinista del retorno de la democracia. Me mantuve como colaborador, aunque iba dos o tres veces por semana a la redacción. Mis notas, quizás por sus protagonistas tuvieron siempre un marco importante y fueron editadas con respeto. No había otros diarios que por entonces le dieran mucha importancia al rock, y por ende a sus cronistas. Intenté ser siempre riguroso y abrir las puertas de la difusión a lo que consideraba valioso, además de “cubrir” la actualidad.

– Te iba a preguntar por qué no formaste parte de revistas de rock de los 90 en adelante pero, ahora que lo pienso, creo que nunca fuiste un colaborador habitual de ese tipo de revistas. Lo tuyo pasó más por los diarios. ¿Por qué?
En principio, porque no se estilaba hacer las dos cosas. Escribí algún tiempo en la revista Rock & Pop, un proyecto paralelo a esa radio. En general, las revistas pagaban mal las colaboraciones, sobre todo para alguien acostumbrado a la actividad periodística profesional.

¿Cómo te llevás hoy con la prensa musical? ¿Consumís medios o programas especializados?
Muchos músicos dicen que extrañan la crítica musical, hoy reemplazada en gran parte por la difusión promocional. Escucho radios gran parte del día, me asustan los canales que pasan videos por la baja calidad general de la industria, leo constantemente libros dedicados a la música, que cada vez hay más, y muchos de ellos muy buenos. Estoy al día con todo, esa es la verdad, pero es un momento en que el circuito online es mucho más importante que el resto, lo que por un lado es bueno (democratiza) y por otro no (estandariza y baja el nivel de exigencias)

– Hace poco sacaste un libro de crónicas con distintos personajes. ¿Tenés en marcha (o te gustaría tener) un nuevo libro sobre rock? ¿Sobre qué sería?
Siempre tengo proyectos. Hay muchas crónicas relacionadas con estos temas que no he publicado aún en libro. De cómo Paul McCartney me invitó a tomar el té, mientras lo reporteaba antes de su debut en River, y lo probó con una cucharita antes de dejármelo tomar o el modo en que Sting me preguntaba sobre Argentina, en Brasil, antes de su primer show aquí, hay docenas de historias para escribir, siempre tomando un hecho como disparador para el retrato de una personalidad. A mí me gusta eso, porque soy cero cholulo, y desprecio la banalidad: mostrar una foto que permite armar la película en la cabeza del lector. De esas historias, me quedan muchas en el tintero. Si las publico es porque pienso que a veces pintando la aldea se logra la universalidad, como decía un tal Tolstoi.